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Durante veinte años trabajé en oficinas. Aunque el horario oficial era de 8:00 a 15:00, irse a casa a esa hora estaba muy mal visto. Así que a las 15:00 salíamos a comer un menú del día y volvíamos al trabajo a las 16:00, para seguir trabajando hasta las 19:00 o las 20:00. 

Por la tarde, sin las constantes interrupciones del teléfono sacábamos trabajo atrasado y hacíamos reuniones de equipo.

Viviendo en una ciudad tan grande como Madrid, después del trabajo, a la mayoría nos esperaba un largo trayecto de vuelta a casa y todas nuestras obligaciones familiares. Pensar en hacer deporte después de trabajar era una utopía para muchos de nosotros. Estábamos agotados.

Después de unos años, empecé a saltarme la comida con mis compañeros en el bar. Me llevaba la comida de casa y comía en mi mesa, mientras trabajaba. Suponía cocinar en casa la noche anterior, pero me permitía decir cuándo y qué comer. Mi digestión y mi energía mejoraron notablemente.

Después, mientras los demás se iban al restaurante, daba un paseo. En definitiva, trataba de moverme un poco y tomar aire fresco.

Anhelaba salir antes de trabajar para poder hacer otras actividades, como ir al gimnasio o simplemente descansar en casa. De modo que para que mi trabajo no se resintiera, y pudiera irme antes a casa, adelanté la hora de entrada. Madrugar más no me costaba demasiado, evitaba el atasco y cuando mis compañeros llegaban yo llevaba ya una hora de trabajo, y ademas, productiva, porque soy matutina. 

Por las tardes empecé a ir al gimnasio y me apunté a un curso de inglés.

En definitiva, me había dado cuenta de que tenía que mejorar mis hábitos, mis horarios y mi gestión de tiempo. Y sobre todo, necesitaba hacer algo más ademas de trabajar.  Eso que ahora se llama auto cuidado.

En el trabajo, durante años me formaron en habilidades como negociación, técnicas de venta, productos financieros y análisis de riesgos, pero nunca de cómo gestionar estrés, de cómo detectar los síntomas, cuándo pedir ayuda y a quién. Eso era algo que se sufría en silencio y cada cual lo gestionaba como podía.

Tampoco me ofrecieron formación en gestión del tiempo, ni herramientas para evitar distracciones y priorizar aquellas tareas más rentables. En vez de eso, tenia que reportar constantemente, a pesar del tiempo que consume.  

No he sido consciente hasta años después de que para rendir al máximo, hay que estar físicamente fuerte, seguir una alimentación correcta, descansar suficiente y saber auto gestionarse. El mindfulness no era una palabra tan conocida hace diez años. Nadie se ponía a respirar en su mesa con los ojos cerrados.

Hubiera agradecido muchísimo que la empresa hubiera tomado un papel activo proporcionando estos recursos. 

Un empleador que tiene una preocupación genuina por el bienestar de sus empleados ya tiene ganada su lealtad.

Además, aprender estas habilidades con tus pares y colaboradores ayuda a implantar los buenos hábitos. Si los que te rodean se traen una ensalada de casa para comer es probable que acabes imitándolos. O tal vez encuentres a algún compañero para ir a andar después de comer, o al gimnasio a la salida.

Por otra parte, una formación sobre sueño permitiría a un jefe conocer los cronotipos de las personas de su equipo con unas pocas preguntas. Así sabría quienes rinden mejor por la mañana, y quienes por la tarde. Podría ajustar las horas de las reuniones a aquellas en que todos estén más despiertos o ser flexible con los que prefieren madrugar y salir antes y los que prefieren dormir un poco más trabajando hasta más tarde. 

Todos queremos sentirnos a gusto en el trabajo, y aprender habilidades para vivir mejor. Y qué mejor lugar para aprenderlo que aquel en el que más horas de nuestra vida pasamos.